Un arreón de rebeldía, principalmente empujado por la acción del principiante Mateo Mejía en la jugada donde fue expulsado Agirrezabala, llevó al sevillismo a festejar un punto en San Mamés, donde tenía toda la pinta de que iba a sumar una decepción con influencia negativa en el prederbi. Pero este equipo , como asimismo logró frente al Valladolid en esa jugada de Ejuke, le queda al menos ese punto de incorformismo, ese desafío ante quienes dudan del emprendimiento, que no son pocos.
El equipo de García Pimienta salvó un punto de una derrota casi segura a la voz otra vez de un Ejuke más ocasiones eléctrico que efectivo pero que de tanto procurarlo encuentra en una de cada tres acciones el camino por el que colarse. En un final en el que el Sevilla se lanzó sobre un rival ahora por entonces desbordado, hasta los tres puntos lograron viajar para la capital hispalense, con ocasiones suficientes, como 2 de Lukébakio (un poste y un balón en boca de gol que le sacó Yuri), un zapatazo lejano de Gudelj o una falta a la que la ejecución de Suso le quitó peligro y que fue la que motivó que el Athletic se quedara con diez en un acoso de Mateo Mejía sobre el misión local.
Un punto, y más que nada , unas experiencias que cambian completamente el prisma a través del que se ven las cosas, como la reciente y polémica ampliación del contrato de García Pimienta o el estado anímico en el que la afición encara el inminente derbi.
Además , en lo que siempre y en todo momento es un partidazo. Un Athletic-Sevilla es un precioso canto al fútbol, un clásico con sabor que encima a los románticos los transportaba a otros tiempos de fútbol de verdad la equipación de los nervionenses, con las medias blancas de toda la vida y con las vueltas en colorado. Indudablemente que el cosquilleo lo debían sentir en el estómago los Pablo Blanco, presente en San Mamés, Julián Rubio, Antonio Álvarez, Moisés, Montero y compañía.
Pero ese Sevilla de la escuela sevillana pasó a mejor vida. Ahora es el Sevilla de la escuela nigeriana –con Ejuke y también Iheanacho–, un aparato con una alarmante déficit de calidad que trata de presentarse allá donde juegue con ese intento de llegar desde el exceso del control y el pase y que en el final logra sus propósitos a base de corazón y casta. Paradojas del fútbol moderno.
El Sevilla que brincó al campo en San Mamés era como el que imagiaban todos sus aficionados desde el primer día de la semana pasado. El equipo de García Pimienta tocaba, se componía en el campo con excelentes intenciones pero con malas ejecuciones. Hallar un pase en ventaja al compañero es una odisea. En defensa con un 4-4-2 sin presionar , solo con una presencia activa de Iheanacho y Peque y sin que la segunda línea diera un paso adelante, al tiempo que en el momento de salir, como siempre y en todo momento , trataba de atraer con toques pero se encontraba con que los de Valverde, con la lección aprendida, no iban y esperaban precisamente su momento para sorprender a la endeble zaga que frecuenta flaquear siempre y en todo momento en la misza zona , a la espalda del lateral izquierdo, en este caso con Barco.
De ahí que a absolutamente nadie alteraba que los primeros acercamientos fueran sevillistas. A los seis minutos Peque tuvo ahora un remate en escorzo tras una llegada del argentino y casi en la siguiente jugada, otro intento en una jugada invalidada por fuera de juego de Iheanacho, un jugador que sigue probando que no ha comprendido aún los tiempos del fútbol español. Se metía otra vez después en fuera de juego e incluso remataba hacia atrás en el primer balón en virtud de Ejuke a Barco.
Todos y cada uno de los presentes tenían claro que a la primera, o a la segunda, el Athletic marcaría, más allá de ese dominio y llegadas ficticias de los blanco. Y fue a la segunda. A los 20 minutos ahora le cogieron por vez primera la espalda a Barco –una incesante en toda la primera parte – y un poco tras la media hora una falta del argentino era fatal defendida en la segunda jugada por Lukébakio, mal colocado en la marca a Jauregizar, que enchufaba el tiro en el fondo de la portería de Nyland tras rozar en Agoumé.
Ahora por entonces el Sevilla se parecía al de las jornadas anteriores. Lo pudo calcar el meta noruego al entregar el balón a Iñaki Williams en el enésimo intento de salir jugando.
Sorprendió tras el descanso la decisión de García Pimienta de sentar a Barco –desbordado siempre y en todo momento por Nico pero la única fuente en la que tomar en ataque– para apelar a Juanlu y cambiar a Carmona de banda. Pero ese movimiento, con el tiempo , surtió efecto, porque Ejuke se empezó a meter mucho más por fuera que por dentro y el sistema defensivo bilbaíno, que hoy día no es gran cosa, empezaba a despistarse.
Lukébakio ya probó fortuna con un zurdazo al palo. De momento era una acción apartada , porque el Athletic se encontraba en pleno apogeo ofensivo, con remate a bocajarro de Berenguer y una parada de Nyland a Guruzeta.
Hasta el momento en que llegó la frivolidad de Agirrezabala al estimar supervisar un balón largo en el área en lugar de cogerlo con las manos. Mateo Mejía, al que García Pimienta hizo debutar por Iheanacho, presionó lo justo para provocar la roja. Faltaban 7 minutos para el 90 y las trompetas llamaban al Séptimo de Caballería. Primero la tuvo Lukébakio, hasta que en el descuento Ejuke volvía a lanzar su descarga eléctrica para encontrar el empate en un balón que cabeceó Unai Núñez al palo en su búsqueda de despejar y que tocaba en el meta Padilla para terminar en la red.
La acción, en el estado de este Sevilla, era una soberana alegría que premiaba lo poco que le queda a este aparato , esa rebeldía con la que, al menos , asimismo se puede competir.